Ese murmullo se parece a un pez
DOI:
https://doi.org/10.60685/filha.v8i10.420Keywords:
historia de la filosofía, ilusiones del mundo, presencia de lo realAbstract
El hecho de estar aquí, en el puente Hao, ante la presencia de los peces, es la mejor prueba según el relato, de que la existencia escapa a todos los intentos por definir e identificar cómo es que son las cosas. Todo lo que se diga sobre algo será siempre un murmullo, un cuchicheo, un susurro que caerá tarde o temprano ante la presencia única e insólita de lo que existe. Por eso es que Chuang Tzu le pide a Hui Tzu, antes de seguirse perdiendo en más argumentos que los alejan de lo que agrada a los peces, que vuelvan al punto de partida. El punto donde no hay dudas, ni preguntas, ni argumentos, sino presencias y certezas que lamentablemente no podrán traducirse al lenguaje de los hombres.
Ese ruido sordo y confuso que producimos al hablar a un mismo tiempo, y de manera incomprensible sobre lo que somos, empieza a inquietarnos porque aunque percibimos los sonidos, somos incapaces distinguirlos con precisión. Lo que decimos se convierte en un rumor continuo y de poca intensidad que nos coloca en los cauces, en los flujos, en las corrientes como al pez, sin poder hacer mucho más que desplazarnos por su territorio para captar el oxígeno disuelto entre sus aguas.
La historia de la filosofía está plagada de clamores por ordenar el mundo, al menos en la inteligencia. Pensadores que comparten la preocupación por elaborar, en una sucesión de consideraciones su visión del mundo. Y en ese balbuceo aparecen también los que van más allá de las exigencias de la razón, los que encuentran en el arte y la literatura un pensamiento que diluye la percepción de la cosa con el sentimiento de que exista.