Un silencio constelado de gritos. Muerte y silencio en la escritura
DOI:
https://doi.org/10.60685/filha.v6i6.380Palabras clave:
Poema, Lenguaje, MuerteResumen
Cada estrofa, como una galería nocturna –entre dos silencios o dos muertes–, ilustra una tortura diferente y cada una, precedida por un epígrafe de Rimbaud, Baudelaire, Artaud, Sade, entre otros, culmina en silencio, en un cadáver o en un suicidio. Una violencia extática es capturada en el instante fotográfico: la fijeza de ojos que miran a otros morir, un cuerpo exangüe pausadamente exhala la vida en un álbum de pequeñas muertes. Gritos, jadeos e imprecaciones conforman una «sustancia silenciosa» que habita en el subterfugio de castillo Csejthe, en donde una silenciosa de palidez legendaria es testigo y artífice de crímenes perversos.
Toda muerte era una ceremonia, una fiesta del sacrificio en donde quien muere es el lenguaje. El poema en Alejandra Pizarnik significó una ceremonia: se abre en silencio del espacio de la página en blanco como una herida; «se escribe para reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos»,1 y vuelve al silencio. En la sala de torturas del castillo medieval se lleva a cabo una representación del mal (o Teatro de la crueldad),2 posterior al derramamiento de sangre: la palabra poética deviene en silencio; en Erzébet Báthory sólo a través de convulsiones o «estertores de una violencia animal desencadenada y la experiencia erótica»3 era posible accesar a él. La violencia es ya un silencio. Lenguaje: palabra desmembrada que da cuenta de la imposibilidad para nombrar.