Pollock o la pintura rizomática
DOI:
https://doi.org/10.60685/filha.v1i2.334Palabras clave:
pintura, Pollock, unidadResumen
No hay, en los cuadros de Jackson Pollock, profundidad. Su pintura no reclama la eficacia del simulacro porque no pretende crear en ningún momento efectos de verdad, estructuras, sedentaridades . En ellos «la mala conciencia del signo» ni siquiera se plantea como una cuestión de base. 1 Si el ojo surge a partir de una correspondencia entre lo que se ve y lo mirado, en el supuesto de que aquél actúe como regente y cofundador de una estructura a la que se denomina “obra pictórica”, Pollock subsume las consecuencias de una violenta destrucción del ojo panóptico. El signo y el ojo están minados en tanto garantes de un mecanismo de interpretación que da ocasión y potencia al canto de la gran sirena oculta: el sentido y sus avenidas. La profundidad no vale ni como efecto ni como continente inexplorado. “Al fin de cuentas se está ante una obra”, se dirá. Lo que ocurre es que la noción misma de obra está reventada. ¿Qué es aquello que hace de La última cena y Blanco y negro un “par” de obras de arte? ¿A qué especie de qué género pertenecen ambas? ¿Una obra pertenece ? Pero tampoco se trataría, simplemente, de que el ojo se reorganice. La crisis de la representación no implica, tan sólo, un reacomodo general del concepto y su campo de influencia. El ojo como unidad ya no es factible, y si lo fuese sería cualquier cosa menos un ojo. La crítica al sentido se traduce en una crítica al ojo dominador y seguro de sí. El espacio, aplicado a Pollock, revela toda su fuerza de concepto. Un concepto restringido. El hecho de que los cuadros de Pollock tengan unas dimensiones no significa que figuren en el espacio. En su caso el ojo panóptico se convierte en una categoría fantasmal. Estrictamente, puede afirmarse que para Pollock los límites no son inmediaciones sino aperturas inmensurables: ¿dónde comienzan, donde terminan sus obras ? En una palabra, la pintura de Pollock es rizomática .